Europa es uno de los principales candidatos para encontrar vida fuera de la Tierra y dentro de nuestro sistema solar. Precisamente una de las características que hacen tan especial al satélite es el océano helado que alberga bajo su superficie.

“El océano de Europa es considerado uno de los lugares más prometedores para albergar vida en el sistema solar”

Conseguir llegar hasta la superficie de Europa, perforar su corteza helada para tomar muestras agua y regresar a la Tierra para analizarlas, ha sido una posibilidad con la que han soñado los científicos desde que conocieron la naturaleza de esta luna jupiteriana. Una tarea cuanto menos imposible con la tecnología actual.

Sin embargo, el reciente hallazgo de lo que parecen ser unos géiseres gigantes que podrían alcanzar los 200 kilómetros de altura, abre la puerta a los científicos a una nueva posibilidad de conocer los secretos de Europa, el más pequeño de los 4 satélites -junto Ío, Calisto y Ganímedes- ya descubiertos por Galileo en 1610.

De este modo, el potencial descubrimiento, publicado esta semana la revista Astrophysical Journal, incrementa la posibilidad de que las futuras misiones espaciales a Europa puedan tomar muestras de su océano subterráneo sin necesidad de perforar a través de los kilómetros de hielo que constituyen la gélida corteza que la rodea.

“El océano de Europa –con el doble de agua que los de la Tierraestá considerado uno de los lugares más prometedores que podrían albergar vida en el sistema solar", destaca Geoff Yoder, uno de los responsables de las misiones científicas de la NASA. "Estos penachos, si verdaderamente existen, pueden proporcionar otra forma de obtener muestras del subsuelo de Europa".

El equipo de científicos dirigido por William Sparks desde el Instituto de Ciencia de Telescopios Espaciales (EE.UU.), observó esas proyecciones en forma de dedo cuando visualizaban el borde de Europa mientras la luna pasaba por delante de Júpiter.

El objetivo original del estudio era determinar si Europa disponía de una delgada atmósfera extendida o exosfera. Sin embargo, a partir del método empleado para detectar atmósferas en planetas que orbitan otras estrellas, el equipo se percató de la presencia de estas posibles emanaciones de vapor.

De este modo, a partir de las diez observaciones espaciadas durante 15 meses de Europa en su transito por delante de Júpiter, los investigadores se plantearon la hipótesis de que los fenómenos observados hasta en 3 ocasiones fuera la erupción de penachos de líquido hacia el exterior del satélite.

En 2012, otro grupo dirigido por Lorenz Roth desde el Instituto de Investigación del Suroeste, en San Antonio (EE.UU.), ya había detectado evidencias de vapor de agua emergiendo desde el polo sur de la gélida Europa y llegando a más de 160 kilómetros de altura. Aunque ambos equipos utilizaron el espectrógrafo de imágenes del Hubble, cada uno usó un método diferente para llegar a la misma conclusión.

Intermitentes y esporádicos

Sin embargo, hasta el momento, los dos grupos no han detectado simultáneamente los gigantescos penachos de agua. Estas observaciones sugieren que los penachos pueden ser muy variables, lo que significa que pueden entrar en erupción de forma esporádica durante algún tiempo y luego apagarse.

Las futuras misiones James Webb y JUICE verificarán este hallazgo en Europa

De confirmarse el descubrimiento, Europa sería la segunda luna del sistema solar en albergar géiseres de vapor de agua. Ya en 2005, la sonda Cassini los observó en Encelado, un satélite de Saturno.

Los científicos confían en que la potente visión infrarroja del telescopio espacial James Webb que la NASA lanzará en 2018, confirme la actividad de los penachos en Europa. De hecho la agencia espacial estadounidense también está formulando una misión a Europa para confirmar su presencia y en tal caso, analizarlos a corta distancia en varios posibles sobrevuelos.

Por su parte, la Agencia Espacial Europea (ESA) también planea enviar la misión JUICE en 2022 para estudiar con detalle Júpiter y sus gélidas lunas, incluida Europa, a la que a partir de 2030 se aproximará dos veces para medir por primera vez el grosor de su misteriosa corteza y explorar su potencial habitabilidad.