Desde hace tiempo se habla mucho de la quinoa (Chenopodium quinoa) y la chía (Salvia hispanica). En una era en la que asegurar la alimentación de un planeta cada vez más poblado está en entredicho, nuevas propuestas nutricionales van tomando fuerza, tanto por sus propiedades alimenticias como por ser una opción más que añadir a los escasos vegetales que conforman nuestra dieta.

Sí, realmente son poquísimos: resulta de lo más chocante constatar que, como explica el botánico John Warren, de la Universidad de Aberystwyth, Reino Unido, en su libro La naturaleza de los cultivos, de las más de 300.000 especies de vegetales comestibles que existen apenas consumimos unas 200.
Y de estas, la mitad de la proteína vegetal que ingerimos procede solo de tres: maíz, arroz y trigo. Según Warren, estas plantas han sido las «elegidas» por su «aburrida vida sexual»: su mecanismo de polinización es simple y generalizado, y son muy fáciles de cultivar.

Pero ahora, en aras de la sostenibilidad alimentaria de la humanidad, el abanico de posibilidades se abre cada vez más. La quinoa, originaria de los Andes, donde se consume desde hace miles de años, es una planta de hoja ancha, un pseudocereal (porque no es una gramínea ni forma pastos) rico en minerales y proteínas que sirve para hacer harina, pasta e incluso se fermenta para obtener cerveza.

La chía, en cambio, es una planta herbácea nativa de América Central (México, Guatemala y Nicaragua), no contiene gluten y es muy rica en ácidos grasos del tipo omega 3. Sus semillas son muy nutritivas y sirven, por ejemplo, para enriquecer platos, añadir a zumos y batidos o preparar una harina dulce conocida como pinole.

Dos nuevas propuestas procedentes del sur del continente americano que, por su gran aporte proteico, resultarán útiles no solo para alegrar nuestra dieta, sino también para rebajar ese consumo excesivo de carne roja tan generalizado que no es ni sano ni sostenible.