Los seres humanos debemos sentirnos muy afortunados por la trayectoria que ha seguido nuestra evolución. Vivimos más tiempo que muchos animales, y nuestra longevidad sigue aumentando gracias a unas dietas mejores, a los avances de la medicina y a una salud pública de calidad. Pero seguimos luchando para vencer el envejecimiento y las enfermedades asociadas a la edad. Por ejemplo, las tasas de osteoartritis se han duplicado desde mediados del siglo XX. Asimismo, las enfermedades cardiovasculares en los países en desarrollo causan todos los años cientos de miles de fallecimientos, lo que supone alrededor de una muerte cada tres minutos.
El mundo animal puede ser un buen recurso para estudiar nuevas formas de prevenir y tratar estas afecciones. Es posible que nuestro ADN sea extraordinariamente parecido al de los chimpancés y otros animales, pero son las diferencias las que podrían ayudarnos a descubrir nuevos modos de comprender y tratar las enfermedades en el futuro. Por otra parte, mediante el empleo de técnicas de edición genética, como la denominada CRISPR, es probable que algún día podamos usar los conocimientos que adquiramos estudiando a los animales para editar enfermedades. No obstante, se trata de un objetivo todavía muy lejano.
*Adam Taylor es profesor universitario y director del Centro de Aprendizaje de Anatomía clínica de la Universidad de Lancaster. Esta nota apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.