La ciudad excavada en la roca

Petra, la espléndida capital de los nabateos

El comercio caravanero de productos de lujo hizo de Petra una próspera ciudad, donde soberanos y ricos mercaderes construyeron magníficos edificios excavados en su rosada piedra arenisca

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Una entrada monumental

Oculta entre las montañas, Petra se convirtió en una rica ciudad gracias al comercio caravanero. A su entrada se alza la magnífica fachada del Tesoro, tal vez la tumba del rey Aretas IV.

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El emperador Trajano

Sextercio acuñado en Roma. Año 103. Numismática Jean Vinchon, París.

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La sede de los espectáculos

Excavado en la rosada arenisca de Petra, el teatro tiene una cávea con 45 filas de asientos distribuidos en tres sectores horizontales. Algunos autores elevan la cifra de espectadores hasta 10.000.

 

RICHARD NOWITZ / GETTY IMAGES

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Los dioses nabateos

Diosa Hayyan, procedente del templo de los Leones Alados, Petra.

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Las tumbas reales

La tumba de la urna, situada en la vía de las tumbas reales, en una litografía realizada por David Roberts. siglo xix.

L. MAISANT / GTRES

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Mosaico bizantino

Detalle de un mosaico procedente de la iglesia bizantina de Petra.

Las ruinas de la antigua ciudad nabatea de Petra, en el desierto de Jordania, compiten en espectacularidad y belleza con las de Palmira, en Siria, Baalbek, en el Líbano, o Gerasa, en Jordania. Petra sigue despertando el entusiasmo de todos aquellos que la visitan. La grandeza de su arquitectura tallada en la piedra arenisca – que con sus vetas de colores rosados hace aún más soberbia su belleza– impresiona de tal modo al viajero que éste no se pregunta por los edificios que constituyeron en su día la ciudad de los vivos, para siempre aniquilada por los terremotos. En efecto, las fachadas dispersas por todo su perímetro corresponden en su mayoría a las tumbas de los riquísimos comerciantes, nobles y monarcas que compitieron por mostrar a sus paisanos su fortuna formidable.

Pero Petra no era sólo una ciudad para los difuntos; los palacios, las casas, los negocios, los templos, los almacenes, los talleres y los espacios públicos daban cobijo a las actividades cotidianas de una ciudad próspera, bulliciosa y –como señaló el geógrafo griego Estrabón– abierta al establecimiento de extranjeros, por más que su localización proporcione la imagen de una ciudad cerrada y recóndita, accesible tan sólo para algunos privilegiados que vivían o se refugiaban en ella. Frente a las ciudades de su época, la muralla de Petra era su posición geográfica en medio de un laberinto de cañones horadados en la roca. Esa defensa natural resultaba tan poderosa que la mantuvo durante siglos oculta a la curiosidad de los extraños. La reforzaban bastiones como la torre Conway, que toma su nombre de Agnes Conway, la arqueóloga que la excavó en 1929, y algunos lienzos aislados; al parecer, la ciudad no se dotó de un verdadero recinto amurallado hasta mediados del siglo III.

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Capital de las caravanas

El origen de la riqueza de Petra estuvo en el comercio caravanero. Hasta siete rutas confluían en la ciudad del desierto, desde donde se distribuían los productos hacia Alejandría, Jerusalén, Damasco, Apamea y muchas otras ciudades. Las fuentes literarias, como el Periplo del Mar Eritreo y Plinio, detallan las enormes tasas a las que estaban sujetas las mercancías que circulaban a través del reino nabateo. Se dan cifras de hasta un 25 o un 50 por ciento de imposición tributaria. Esa carga, unida al alto valor de los productos comercializados, como seda, betún, incienso, especias o mirra, y por la enorme cantidad de mercancías desplazadas permiten comprender el súbito esplendor del reino nabateo, ocasionado por la enorme demanda derivada de la Pax Romana, que se materializa en su portentosa capital.

Sobre la cronología del reino nabateo no se dispone de datos directos que permitan trazar una historia más o menos firme. Hemos de conformarnos con la información arqueológica y las noticias aisladas que proporcionan las fuentes clásicas, esencialmente Diodoro Sículo, Estrabón y Flavio Josefo. Toda esta documentación permite constatar que a mediados del siglo II a.C. existía una familia real en Petra, atestiguada por Estrabón, aunque la institución monárquica puede haber precedido a la dinastía de Aretas I, considerado tradicionalmente el primer rey nabateo; el nombre de Aretas I aparece mencionado en la inscripción nabatea más antigua, de 168 a.C. A partir de ese momento se consolidaron las estructuras del reino y se empezó a construir la necrópolis real. Los diferentes reyes competirían entre sí por lograr fachadas cada vez más bellas y espectaculares para sus tumbas talladas en las paredes rocosas.

La ciudad de los muertos

Desde el punto de vista formal, la tipología de tumbas talladas en la roca tiene su origen en el extraordinario conjunto de Naq i-Rushtan, la necrópolis de los reyes aqueménidas cercana a Persépolis, en el actual Irán, donde se hicieron enterrar los grandes soberanos persas como Darío I o Jerjes. Esta costumbre se extendió por todo el Oriente helenístico, desde Anatolia, donde se encuentran los hipogeos de Myra, hasta la Arabia Felix (el actual Yemen) y Jerusalén. No se trata, pues, de una invención nabatea, aunque las características de la piedra arenisca de Petra le otorgan un aspecto singular y único. Por otra parte, esta arquitectura presenta, además, influencias orientales, con decoración de escalinatas en la cima de los monumentos, obeliscos y motivos geométricos, basada en modelos asirios, persas o egipcios; y también un gusto más barroco, de inspiración helenística y romana. Los estudios ponen de manifiesto que la ciudad monumental corresponde básicamente a la época imperial romana, después de que Petra cayera bajo la órbita de Roma en el siglo I a.C. Las fachadas de las tumbas reproducen las de los grandes templos, como si los difuntos compitieran con los dioses en la suntuosidad de sus moradas.

Las inscripciones que permiten identificar a los personajes relacionados con estos edificios son muy escasas. La más importante se ha hallado fuera de Petra, en la cercana capilla de en-Numeir. Está datada en el año 20 d.C. y contiene una importante secuencia de soberanos nabateos: «Ésta es la estatua de Oboda, el dios, que han hecho los hijos de Honianu, hijo de Hotaishu, hijo de Petammon… colocada aquí junto al dios Du-Tarda, dios de Hotaishu, que están en la capilla de Petammon, su bisabuelo, por la vida de Aretas, rey de Nabatu, que ama a su pueblo… y de Shaqilat, su hermana, la reina de Nabatu, y de Malco y de Oboda y de Rabel y de Fasael y de Sha’udat y de Hagiru, sus hijos, y de Aretas, hijo de Hagiru… en el mes… del año 29 de Aretas rey de Nabatu, que ama a su pueblo…».

En el interior de Petra se ha encontrado otra importante inscripción. Se trata del epitafio de Sextio Florentino, gobernador de la provincia de Arabia en el año 127, que grabó su hijo en cumplimiento del testamento de su padre. Florentino, de rango ecuestre, debió de morir durante su gobierno en la provincia y adoptó el uso tradicional de la aristocracia local en su monumento funerario.

La ciudad de los vivos

Los espectáculos, la vida política, los pleitos, el mercado... Todo tenía su espacio en la brillante ciudad donde recalaban caravanas de dromedarios cargados de exóticos productos llegados de los rincones más lejanos de Oriente. La ciudad hoy olvidada de los vivos, el escenario de la actividad diaria de sus habitantes, poseía varios espacios públicos entre los que destaca el magnífico teatro, tallado en la roca viva probablemente durante el reinado de Aretas IV (8 a.C.-40 d.C.) y remodelado tras la incorporación de la ciudad a Roma para dar cabida a 6.000 espectadores.

Una gran vía con columnas, la principal arteria de Petra, porticada a ambos lados y a la que se abrían las tiendas, locales y negocios, unía los principales espacios públicos de la ciudad, como los grandes templos. Uno de ellos ha proporcionado una de las novedades más espectaculares desde el punto de vista arqueológico en los últimos años. El llamado Gran Templo, edificio nabateo del siglo I a.C., fue remodelado en su interior tras la anexión de Petra al Imperio romano. Las excavaciones dirigidas desde 1993 por la arqueóloga Martha Joukowsky han puesto de manifiesto que en el siglo II se habilitó en él un pequeño teatro con capacidad para más de 300 personas. Es muy probable que fuera usado como odeón –un edificio destinado a certámenes musicales–, aunque también se ha sugerido que podía tratarse de un bouleuterion, el lugar de reunión del consejo de la ciudad o boulé. Aparentemente, también se empleó para sesiones de carácter judicial, presididas por el gobernador provincial romano cuando éste visitaba Petra. La transformación de un recinto religioso en un espacio cívico no es insólita, pues se conoce el caso del Artemision de Dura Europos, en Siria. La originalidad del edificio, no obstante, es extraordinaria, como se ve en los capiteles en los que las volutas del estilo jónico se han convertido en cabezas de elefante; al parecer las paredes estaban estucadas y aún mantienen restos de decoración pictórica.

Agua en el desierto

La arqueología proporciona información sobre algunos aspectos de la vida cotidiana en Petra. Por ejemplo, las excavaciones han revelado que el pescado formaba parte destacada de la dieta de los habitantes de Petra, y que su consumo se acrecentó con el tiempo. Los datos disponibles en el barrio de ez Zantur, situado al suroeste de Petra, indican que aproximadamente una cuarta parte de los restos de fauna hallados corresponden a pescado procedente del mar Rojo, que se encuentra a 150 kilómetros de distancia. Casi el setenta por ciento pertenece a ovejas y cabras, mientras que los restos de aves suponen apenas un ocho por ciento, esencialmente pollo y perdiz local. Como curiosidad, diremos que en Petra hay una ausencia total de gatos; quizá la introducción de estos animales tuviera lugar ya en época bizantina, durante el siglo VI.

En cuanto a la agricultura, el área de Petra dedicada a cultivos era considerable. Entre finales del siglo I a.C. y finales del II se construyeron numerosos diques y canales. Muchos restos de estas pequeñas represas son aún visibles en el área circundante de la ciudad, pero lo que resulta más vistoso son los canales que conducen el agua a su interior, que todavía hoy son causa de admiración entre los viajeros que discurren por el Siq, el angosto desfiladero que conduce a Petra. El agua abastecía fuentecillas y estanques en el área urbana, así como a un gran ninfeo, un santuario dedicado a las ninfas, diosas acuáticas, cuyos restos todavía son visibles en la vía Columnada, junto a un árbol solitario, testigo de la humedad del lugar.

Pero aún falta por excavar el ochenta por ciento de la superficie de Petra, cuyo palacio real tuvo que ser de una extraordinaria suntuosidad a tenor de la grandeza de los edificios públicos conservados y de las fabulosas riquezas que atribuyen las fuentes clásicas a sus gobernantes. Estrabón dice que las casas eran de piedra y lujosas. Las más antiguas, del siglo III a.C., no responden a ese estereotipo, pero su construcción mejora a partir del siglo I; se labran los sillares, se pavimentan los suelos, las paredes se decoran, se canalizan las aguas subterráneas y las viviendas se dotan de letrinas, e incluso de termas. En una gran mansión, destruida por el terremoto de 419, aparecieron los restos aplastados de una mujer y un niño. Pero las ruinas causadas por los tres grandes terremotos que destruyeron Petra ocultan, sin duda, testimonios de la vida del reino nabateo que depararán importantes sorpresas a los arqueólogos.

Para saber más

Petra: historia y arqueología. C. Blánquez y A. del Río. Dilema, Madrid, 2010.

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