Puede decirse que ayer fue un gran día: la inmersión se realizó en una zona en la que abundaba la vida y en la que los especímenes recolectados podían servir como un claro ejemplo de la rica biodiversidad de esta parte del planeta, así como de la necesidad de proteger sus aguas de actividades como la sobrepesca, por lo que hoy el equipo amaneció con buen ánimo y las expectativas altas.

El plan a seguir aún no estaba claro: nos fuimos a dormir con las instrucciones de estar preparados para levantarnos a las 8 de la mañana, una notable excepción si tenemos en cuenta que, aunque pasados los 60º de latitud sur, en el Arctic Sunrise se siguen respetando las horas de sueño de los domingos. Si las condiciones meteorológicas acompañaban esa sería la hora en la que se realizaría la primera inmersión del día.

Mapa de situación de la expedición a la Antártida.
Mapa: Google Maps

Nos encontrábamos a tan solo algunas decenas de millas al sur de nuestra posición de ayer, sin embargo, llegado el momento nadie avisó. El barco, en cambio, comenzó a moverse, por lo que asumíamos que continuábamos con el plan B (la inmersión se realizaría en otro lugar) y arañamos al reloj algunos minutos más de sueño.

La mañana se desarrolló con normalidad. Nos desplazamos hasta las inmediaciones de la isla Cockburn, el punto elegido para el nuevo intento. Todo estaba listo, pero un pequeño problema con el sistema de sonar mantuvo a los ingenieros ocupados durante media hora más.

Salvado el pequeño escollo todo volvía a estar dispuesto para la inmersión, la tripulación se encontraba en sus puestos y en proa se había desplegado una baliza negra con el objeto de avisar de nuestras maniobras debajo del agua. En el improbable caso de encontrarnos con otro barco, ante nuestra imposibilidad de movernos, habrían de ser ellos los que velaran por evitar una colisión.

Todo parecía a punto de comenzar, pero en el último instante un cambio en las condiciones del viento, la velocidad de las corrientes y el desplazamiento del hielo que nos rodeaba hizo que, considerando la seguridad de todo el mundo, el capitán abortara la operación para volver a intentarlo después de comer.

Foto: Roberto García-Roa

El batiscafo es trasladado al agua para la inmersión. El transporte del submarino desde el Arctic Sunrise al mar es uno de los procesos más delicados en cada inmersión.

Un enorme iceberg contempla la inmersión el submarino en el océano.
Foto: Roberto García-Roa

A la segunda fue la vencida, y ahora sí, con las vistas de la extraña forma ovalada de la isla Cockburn, la cual lucía desprovista de nieve y hielo y estaba coronada por una meseta, se procedió a intentar la operación nuevamente.

En esta ocasión fue más corta de lo habitual. La enorme cantidad de sedimentos procedentes de la isla, los cuales se levantaban del fondo marino con facilidad, impidieron en gran medida la visibilidad y con ello la posibilidad de recoger un testimonio gráfico de calidad. No obstante, las noticias no eran negativas del todo. Estos mismos sedimentos suponen una potencial fuente de nutrientes para el ecosistema, y según informaban los investigadores, pudieron observar en la zona una gran variedad de especies susceptibles de ser catalogadas como integrantes de un VME, siglas en inglés para denominar un Ecosistema Marino Vulnerable.

Atardecer entre icebergs.
Foto: Roberto García-Roa

Ya con el deber cumplido solo quedaba esperar a que el atardecer se echara sobre nosotros, lo que en una relativa ausencia de nubes sucedió dando lugar a un hermoso contraste entre el helado mar azul salpicado de blancos icebergs, y un cielo ardiente de tonos cálidos que como el agua y el aceite se negaban a mezclarse.

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