Hoy se cumplía el día “12 y uno más”, desde nuestra partida. “12 y uno más” es la forma en la que los pescadores gaditanos se refieren a la decimotercera anilla que lanzan al agua cuando, mediante la llamada técnica del cerco con jareta, calan el arte en sus traíñas para la pesca del boquerón o la sardina.
Y es que un barco siempre ha sido un lugar regido por sus particulares reglas y tradiciones, pero también rodeado por las creencias y supersticiones de sus tripulantes, entre las cuales una de las más conocidas hace referencia al número 13.
Por ejemplo, cuentan las historias que cuando se contrataba antiguamente a la tripulación de un barco, si se rondaba la cifra del mal fario, se hacía porque esta fuera bien de 12 o de 14 tripulantes, pero nunca de 13. Lo mismo sucede en el caso de las embarcaciones con un gran número de cubiertas, en las cuales, al igual que ocurre con algunos edificios, se omite el número prohibido a la hora de enumerarlas.
Foto: Roberto García-Roa
El caso es que, dada la circunstancia y hablando del tema en cuestión, hoy le preguntábamos a nuestros compañeros sobre si albergaban alguna superstición respecto al hecho de sumergirse a profundidades de más de 500 metros en un submarino que, a pesar de la tecnología que esconde, parece casi de juguete.
La respuesta, como era de esperar, fue negativa. En cambio, lo que nos explicaron fue algo que llevábamos algunos días cuestionándonos y por lo que tú, querido lector, quizá también se te hayas preguntado, y es: ¿Qué pasaría en el caso de que algo saliera mal ahí abajo? La contestación tuvo poco de superstición y bastante de ingenio.
Para empezar, el submarino está diseñado para operar con flotabilidad neutra. Esto quiere decir que su peso está equilibrado de forma que una vez en el agua, ni flota ni se hunde a menos que sea la voluntad del piloto. Gracias a ello, en el caso de sufrir una avería en el fondo del mar, la primera medida a tomar sería la liberación de una pieza de plomo situada en la base del submarino; suficiente para alterar el equilibrio inicial y ascender hasta la superficie en base a las meras leyes de la física.
Foto: Roberto García-Roa
En caso de que esto no funcionara, existe un plan b, consistente en llenar de aire unos compartimentos auxiliares, y por tanto volviendo a incrementar la flotabilidad del submarino. Todo parecía bastante bien atado según nos contaban Jared y los dos Jeffs. Sin embargo, aún de resultar insuficientes las medidas, el submarino podría también desprenderse de sus grandes baterías (una de las piezas más pesadas del mismo) y activar una auxiliar y más pequeña destinada a estas situaciones.
Pero… ¿qué pasaría si nada de esto funcionara? Nos seguíamos preguntando. En ese caso, el submarino posee la capacidad de ofrecer soporte vital (oxígeno, agua e incluso comida desecada) durante 80 horas. Es decir, las 8 que puede llegar a durar una operación, más otras 72, que son las calculadas para que un UAV o lo que es lo mismo, un submarino no tripulado y especializado en las labores de rescate, pudiera acudir desde cualquier parte del mundo para remolcar y socorrer a piloto y acompañante.
Escribo esto, querido lector, casi al mismo tiempo que comparto con Roberto la información, quien dentro de dos días con suerte quizá se aventure en una de las últimas inmersiones al fondo del mar que realizaremos antes de despedirnos de la Antártida, y quien se muestra, aunque no lo quiera reconocer, todo lo expectante que cualquiera lo haría ante tal situación.
Son altas horas de la madrugada, y entre risas y café, las letras de esta carta y las fotografías del atardecer más bello que este viaje nos ha ofrecido hasta el momento, llega la hora de bajar la pantalla del ordenador. Os dejamos por hoy con algunas de las imágenes en las que Roberto lo ha inmortalizado para el recuerdo. Al fin y al cabo, visto el resultado, con supersticiones o sin ellas, el día 12 y uno más no podía haber acabado de mejor manera.
Foto: Roberto García-Roa
Foto: Roberto García-Roa