La ruta de Tours llegó a ser conocida como el magnum iter sancti Jacobi, es decir, el Gran Camino a Santiago. Su prevalencia venía dada por el considerable número de cuerpos santos que acogían sus iglesias, pero también por contar con un ramal que venía de París, donde entroncaba la Nieder-strasse, una de las dos grandes arterias centroeuropeas procedente de Colonia. El camino también coincidía en parte con la ruta que lleva al santuario de Rocamadour.
En Tours confluían peregrinos bretones, normandos y todos aquellos que antes hubieran pasado por el Mont Saint-Michel; desde la otra orilla del Canal de la Mancha llegaban irlandeses, ingleses y escoceses; con escala en París, también flamencos y holandeses; por mar y tierra lo hacían los germanos septentrionales, daneses, escandinavos, polacos y bálticos.
Cuando el Camino comenzó a ser recuperado por la Société Française des Amis de Saint-Jacques de Compostelle, fundada en 1950 por René de La Coste-Messeliére, la ruta de Tours fue primada. Pero la evolución posterior de los caminos siguió otros derroteros, orientados a satisfacer el senderismo y, por lo tanto, con un mayor peso del paisaje. Por ello la Vía Turonense, si bien es usada cada año por numerosos peregrinos, no alcanza hoy la pujanza de la de Le Puy-en-Velay (Auvernia), aunque sigue teniendo gran peso como itinerario cultural y fue reconocida por la Unesco como Patrimonio Mundial en 1998.
Entre Tours y Compostela hay 1.545 kilómetros, de los que casi la mitad discurren por Francia, a los que se suman otros 295 km si se parte de París. Eso supone unos 40 días de marcha a pie por territorio francés. Para hacer el trayecto en automóvil se requiere entre una semana y diez días, a fin de captar, a través de los principales enclaves, el espíritu de los tiempos dorados de la peregrinación.
El kilómetro cero
En París, frente a la isla de la Cité, se yergue la torre de Santiago a modo de una escultura en el centro de un parque, entre Châtelet y el Hôtel de Ville. Se trata del único vestigio de la iglesia de Saint-Jacques-la-Boucherie, así denominada por estar próxima al antiguo mercado central de la carne (La Grande Boucherie). Gótica flamígera, la torre fue levantada en el siglo XVI, y desde sus 52 metros de altura Pascal realizó diversas pruebas para estudiar la presión atmosférica. Tras la Revolución, triste destino, acabó siendo utilizada como fábrica de perdigones. Hoy constituye de nuevo un icono para miles de peregrinos, pues señaliza el kilómetro cero de su gran aventura.
Tras cruzar el Sena se enfila la Rue Saint-Jacques, antiguo cardo de Lutecia, una vía romana tan larga que llegaba al Pirineo. Enseguida es preciso elegir entre dos variantes: la de Versailles y Chartres, para admirar la magna catedral gótica y sus fascinantes vitrales, o la más directa de Etampes y Orléans, ciudad que fue el corazón de la Galia donde se reunían los druidas y que luego quedaría unida a la figura de Juana de Arco. Su estatua dorada, ante la que hoy se congregan los partidarios de Marine Le Pen, preside la Place du Martroi. La casa donde se hospedó es ahora un museo y las fiestas locales, con un gran desfile histórico, le son dedicadas en mayo.
Inspirador de las peregrinaciones mayores a Santiago, Roma y Jerusalén, el sepulcro del obispo San Martín, del siglo IV, fue uno de los primeros lugares que atrajeron fieles en Occidente
El hermoso valle del Loira, que dispone de 800 kilómetros de ecovías para peatones y ciclistas en sus márgenes, acompaña a los peregrinos hasta Tours. Allí se cruza por última vez el río por un puente cuyos arcos centrales reposan en la isla Saint-Jacques. Inspirador de las peregrinaciones mayores a Santiago, Roma y Jerusalén, el sepulcro del obispo San Martín, del siglo IV, fue uno de los primeros lugares que atrajeron fieles en Occidente. Por desgracia, ya casi no queda nada de la gran basílica románica, precursora de la compostelana junto a las de Conques, Limoges y Toulouse. Solo subsisten dos torres y fragmentos de la cripta, insertados en el nuevo santuario decimonónico. La urbe de Rabelais y Balzac, con su catedral de Saint-Gatien (siglos XIII-XVI) y un cuidado casco antiguo, presume del ambiente que se palpa en las terrazas de los cafés. Sobresale su ambiciosa programación musical, que va desde la Ópera y el auditorio Le Temps Machine con presencia de artistas alternativos, a los conciertos en Le Petit Faucheux, la mayor sala de Francia dedicada al jazz.
Avanzamos por Montbazon, ribereña del Indre, con el donjon o torre feudal erigida por el cruel señor Foulques Nerra «el Negro» en los albores del siglo XI, y Sainte-Catherine-de-Fierbois, en cuya iglesia gótica Juana de Arco hallaría en 1429 la espada de Charles Martel oculta tras el altar. El arma poseía gran valor simbólico dado que el conde frenó el hasta entonces imparable avance sarraceno en la batalla de Poitiers del 732. Las llanuras de la Touraine, cuna del Sauvignon rosé, nos regalan sus vinos AOC, entre ellos el Vouvray, que ya era producido en la época de San Martín.
Por el valle de la Vienne nos aden-tramos en el Poitou. Su primera población es Châtellerault, donde desde el siglo XVI se cruza el río por el puente torreado de Enrique IV.
La iglesia de Saint-Jacques acoge una de las imágenes más atractivas y simpáticas del Apóstol peregrino, tocada a la moda del siglo xvii con su sombrero y esclavina repletos de veneras (la concha de la vieira). La ciudad cuenta con otros atractivos, como un entretenido Museo de la Bicicleta, la Moto y el Coche antiguos. Y cada octubre se celebra el Festival Nacional del Chocolate; quienes están de paso hallarán dulce consuelo en las crottes de bique, avellanas bañadas en cacao elaboradas por la chocolatería Mélusine.
De nuevo hacia el sur, en el valle del Clain aún parecen chocar las espadas entre cristianos y musulmanes de la batalla de Poitiers. El Haut-Poitou muestra ahora una faceta amable; en sus campos se producen vinos con uvas cabernet franc y sauvignon –un tanto bravos, por auténticos–, reputados melones y, dada la abundancia de cabras, diferentes tipos de quesos. Entre ellos sobresale el Chabichou, de forma troncocónica y cuya apelación tiene origen árabe –chablis es cabra en ese idioma–, por lo que algo bueno debió aprenderse tras la batalla. Ya cerca de Poitiers, la música y la imagen encuentran su espacio lúdico en el parque temático de Futuroscope, constantemente renovado para evitar quedar demodé.
El perfil de Poitiers, en virtud del protagonismo que adquieren sus templos, semeja salido de un grabado antiguo. Para admirarlo lo ideal es encaramarse a los miradores del faubourg Saint-Saturnin, al otro lado del río Clain. Se aprecia primero Saint-Hilaire-le-Grand, basílica de peregrinación desde el siglo XI, con la tumba del obispo fundador de la diócesis. Después se distingue la excolegiata de Nôtre-Dame-la-Grande, cuya fachada del siglo XII es un portento de relieves románicos, una Biblia pétrea que relata la historia de la Redención. Cerca está Sainte-Radegonde (siglos XI-XV), donde reposa la reina y esposa de Clotario I, rey franco del siglo VI, la cual fundó este monasterio para retirarse huyendo de la corte oculta entre la avena que se dice crecía rauda sobre sus pisadas. Relegada por las precedentes suele quedar la magnífica catedral gótica de Saint-Pierre, iniciada al final del siglo XII y rematada dos centurias después, por lo que la obra entró de lleno en el gótico más audaz y luminoso. Y de volumen más modesto, el baptisterio de Saint-Jean (siglo IV), el edificio cristiano más antiguo de Francia.
Un camino de leyenda
De nuevo en camino llegamos a Lusignan, antaño dominada por una imponente fortaleza de la que solo quedan míseros restos. Entroncando con el ciclo artúrico, la más famosa leyenda del Poitou relata que aquí moraron Raymondin, sobrino del conde de Poitiers, y el hada Melusina, con la que había contraído matrimonio bajo el juramento de que jamás osaría entrar en sus aposentos siendo sábado. Mientras cumplió la promesa, el hada le colmó de riquezas en forma de grandes castillos y pueblos fortificados, pues tenía una irresistible vocación constructora. Pero el día en que la tentación le hizo curiosear y contempló a su esposa transformada en dragón alado, el hechizo se desvaneció y Melusina voló por la ventana de una torre para regresar al submundo. La escena está representada en el Libro de las Muy Ricas Horas del Duque de Berry, el más bello manuscrito francés iluminado del siglo XV.
Dos templos románicos de primer orden jalonan la ruta: en Melle el de Saint-Hilaire, con un modélico deambulatorio con sus capillas y la enigmática imagen ecuestre de un caballero; y en Aulnay-de-Saintonge, rodeado de un romántico cementerio arcaico, el de Saint-Pierre, que por su armonía, pureza y riqueza escultórica e iconográfica es un gran legado del Medievo poitevino.
Junto al río Charente, Saintes, la Mediolanum romana, conserva vestigios de su pasado clásico: anfiteatro, arco de Germánico y Museo Arqueológico. Pero ante todo de la época medieval: la hospitalaria abadía Aux-Dames, fundada en 1047 por los condes de Anjou y cuya abadesa, siempre de extracción noble, gozaba de grandes privilegios y era conocida como la «Madame de Saintes»; la catedral de San Pedro (siglo XV); y por supuesto la basílica de San Eutropio, primer obispo de la sede. Este edificio románico cuenta con tres espacios diferenciados: la amplia cripta con deambulatorio para la veneración de las reliquias por parte de los peregrinos, la nave superior para los fieles y el coro destinado a los monjes benedictinos. Pese a la crueldad del aparato, Saintes presume de haber visto nacer a Joseph-Ignace Guillotin, el inventor de la guillotina, entendida por él como un piadoso instrumento de ejecución que igualaba a todos –nobles y villanos– ante la justicia.
La siguiente parada tiene un valor especial para el peregrino, ya que Pons conserva su Hôpital-Neuf (1160), con una estructura de iglesia y albergue que, al igual que en San Antón de Castrojeriz (Burgos), se integra en la vía para proteger a los viandantes con una bóveda; bajo ella, bancos de piedra para el reposo y nichos en los que, al cerrar las puertas, se dejaba un sustento de pan y vino. Aún en el siglo XVIII, el jacobita picardo Guillaume Manier elogiaba la hospitalidad de la casa, que hoy acoge una instalación permanente sobre la región de la Saintonge y el Camino.
El paso del Garona se efectuaba desde Blaye en las anguille, barcas de fondo plano que al navegar metían el miedo en el cuerpo. La capital de la Aquitania es, tras París, la mayor urbe del trayecto. Burdeos posee varias citas obligadas para los peregrinos, que accedían a ella por el Portail des Pèlerins. En primer lugar, la abadía benedictina de Sainte-Croix, de origen merovingio y en cuya portada la Lujuria se representa como una mujer acompañada de un varón demoniaco cuyo miembro es una serpiente que muerde sus senos. A continuación la iglesia de Saint-Michel, gótica flamígera, de alta torre coronada por una aguja de 118 metros de altura; en su capilla de Santiago tenía asiento la cofradía homónima, a la que pertenecía la singular imagen polícroma de Santiago Peregrino que aún podemos contemplar. Nueva parada en Saint-Seurin, templo románico y gótico elevado sobre una cripta-panteón con tumbas que se remontan al siglo V. Por último, la catedral gótica de Saint-André (siglos XIII al XV), similar a las de Reims, París o Chartres, con su preceptiva Puerta Real de triple arcada, pero, como la de Palencia, bella desconocida.
Después de visitar templos, catar los vinos de Burdeos, revalorizados por la creciente demanda internacional –como Saint-Émilion y Médoc para los tintos, o Sauternes para los blancos–, más que devoción es casi una obligación. Una sorpresa similar a la de Pons aguarda en Gradignan, a la salida de Burdeos. Allí se halla el que fue priorato y hospital de Nôtre-Dame de Cayac (siglo XIII), donde de nuevo quedaban unidos por arcos la iglesia y el hospital. Una escultura expresionista de Danielle Bigata representa a un peregrino sedente.
Aprovechando la calzada romana del emperador Trajano procedente de Narbona, entre Bvrdigala (Burdeos) y Astvrica (Astorga), el Camin Romiou –en lengua occitana– se dirige ahora a un territorio que en el siglo XII causaba pavor, pues, en palabras del Códice Calixtino, se trataba de una zona carente de todo recurso y parca en refugios. Para solventar aquella insalubre región, en verano repleta de tábanos, se habían instalado los hospitales de Le Barp, Mons, Labouhey-re y Taller. La situación cambió por completo desde que Napoleón III ordenó sanear las Landas, que en la actualidad cuentan con el mayor bosque de pinos de Europa.
Toca a su fin el itinerario a través de Dax, con otro Santiago Peregrino en su puerta de los Apóstoles, y tras cruzar el torrente de Pau, justo antes del de Oloron, haciendo escala en la abadía de Sorde, que mantiene su iglesia románica y tuvo hospital. El país de Orthe da paso a la Baja Navarra, donde la vía de Tours se fusiona con las de Vézelay y Le Puy, continuando por Ostabat hasta Saint-Jean-Pied-de-Port (Donibane Garazi en euskera). Aquí se detiene el reloj para dar paso a otra crónica: la de los nuevos peregrinos que, desde el norte de los Pirineos, se aprestan a comenzar su periplo hacia Compostela.