La leyenda de Antoine de Saint-Exupéry comenzó la mañana del 31 de julio de 1944, cuando el avión que pilotaba desapareció. Había despegado desde el aeropuerto de Borgo, en Córcega con la misión de realizar un reconocimiento sobre la Francia ocupada por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Como pionero de la aviación, dejaba algunas de las epopeyas más importantes de su época y como escritor, la poesía y la ética de sus libros. Entre ellos, El Principito, la obra escrita en francés más leída y traducida de todos los tiempos.
"Todas las personas mayores han comenzado por ser niños (aunque pocas lo recuerden)", El Principito
Justo cuarenta y cuatro años antes, el 29 de junio de 1900, el escritor nacía en un edificio del centro de Lyon. Fue el tercero de cinco hermanos que quedaron huérfanos de padre de forma prematura. Al poco, la viuda y los niños fueron acogidos por una tía, la condesa de Tricaud, en el castillo familiar de Saint-Maurice, a pocos kilómetros de Lyon, enclavado en el paisaje campestre de la región del Ródano-Alpes. Un hogar, el castillo de un cuento para aquel niño soñador, que Saint-Exupéry convirtió en símbolo de su infancia, recordada con nostalgia a lo largo de toda su vida. Tal como explica Montse Morata en Aviones de papel, las conversaciones en El Principito entre el piloto y el pequeño príncipe representan ese diálogo que el autor mantuvo siempre con su propia niñez.
"No estoy muy seguro de haber vivido después de la infancia", escribió Saint-Exupéry a su madre en una carta de 1930. Tal vez no estuviera seguro de haber vivido; pero lo cierto es que sí, que vivió, y lo hizo con toda la intensidad de la que fue capaz. Se marchó el hombre y quedó su leyenda. Nos enseñó a vivir con determinación y a buscar el bien común antes que seguir el egoísmo individual. Además, nos mostró que por muy triste que uno se sienta, siempre podrá ver ponerse el sol cuarenta y tres veces seguidas desde el asteroide B612. No lo olvides cuando viajes a Lyon.