Es verde y rural, volcada siempre al mar y vive ensimismada en su mundo celta, en una esquina remota del país, con lengua y cultura propias. Quienes la conocen mejor afinan diciendo que Bretaña es el viento y el mar. Un viento que huele a salitre y a Atlántico. Un mar bravío, de acantilados oscuros y mareas que dejan al descubierto un desierto de arena mojada. Es tierra de marinos épicos, aunque en realidad hay mucha más Bretaña de interior, de pueblos ganaderos y agricultores como Rochefort-en-Terre y St-Marcel, en la provincia de Morbihan.
Existen muchas formas de recorrer los 300 kilómetros que separan Nantes, la antigua capital de Bretaña –hoy en el departamento Loira Atlantique–, de Brest, la gran base naval francesa. La autopista E-60 es la vía más rápida, pero resulta mucho más agradable subir por la costa sudoeste y encadenar pueblos de pescadores y ruinas megalíticas. Otra opción es seguir el canal navegable de Nantes a Brest, una obra colosal que ideó Napoleón en 1803 para romper un hipotético asedio naval británico a Brest. El canal fue excavado a pico y pala por prisioneros de guerra durante más de 40 años, pero nunca se usó con fines militares. Sus 360 kilómetros de longitud y las 236 esclusas que lo regulan se han convertido en todo un reclamo turístico.
Camino de sirga a Brest
En unos cinco o seis días se puede llegar de Nantes a Brest en bicicleta, aprovechando el camino de sirga paralelo al canal. La ruta es completamente llana y cruza los silenciosos campos de la Bretaña interior a través de onduladas plantaciones de cereal, campos de manzanos, bosques de ribera, abadías e iglesias góticas que hacen despuntar sus agudos campanarios entre las curvaturas de la campiña y pueblecitos de trazado medieval muy bien cuidados.
Uno de ellos es Malestroit, a unas dos horas en coche desde Nantes. Malestroit está al pie del canal y se debe hacer un alto en su coqueta plaza Mayor para reponer fuerzas en alguna de sus brasseries. O Rochefort-en-Terre que, aunque queda separado unos 10 kilómetros del canal, justifica el desvío porque alberga uno de los mejores cascos medievales de Bretaña, lleno de casas erigidas en los siglos XVI y XVII con entramado de madera en las fachadas y apoyadas unas sobre otras.
Más adelante el canal pasa junto al château de Josselin, a 144 kilómetros de Nantes, uno de los más impresionantes de Bretaña. El castillo pertenece a la misma familia, los duques de Rohan, desde hace 600 años y está habitado por su último descendiente.
Si en vez de cruzar el interior decidimos ir por la costa hacia Brest, el Finisterre francés, el camino será más tortuoso y lento, pero lleno de recompensas en forma de paradas en pueblos pesqueros con fachadas tradicionales bretonas y de paseos marítimos donde abundan las terrazas de restaurantes.
Pueblos como La Croisic, a 30 kilómetros de Saint Nazare y 92 de Nantes. O como Auray, en el golfo de Morbihan, famoso lugar de veraneo porque la tranquilidad de las aguas someras garantiza buenas condiciones para los deportes náuticos. El castillo de Suscinio demuestra la atracción que Morbihan ya ejercía entre la aristocracia hace cuatro siglos, cuando los duques de Bretaña dejaban su fabuloso castillo de Nantes para pasar largas temporadas en él. Aún se conservan seis torres, pese a los estragos que sufrió durante la Revolución Francesa.
La zona ya estaba poblada mucho antes, hace 6.000 años, como evidencian los restos esparcidos en Carnac, el mayor conjunto megalítico del mundo. Aquellas gentes de las que nada se sabe levantaron extraños alineamientos de menhires de granito, de los que quedan unos 3.000, colocados en cuatro grandes grupos, el mayor de los cuales alberga 1.100 piedras. El más grande de los que se mantienen en pie tiene seis metros de altura; pero hay otro derribado en la cercana Locmariaquer, el Gran Menhir Roto, que tuvo 20 metros de altura y pesaba 350 toneladas.
Etapa medieval en Quimper
Quimper, la capital de la provincia de Finisterre, surge a una hora por autopista al sur de Brest. Su catedral de Saint Corentin (siglo XIII) es para muchos la iglesia más bonita de Bretaña, magnificada por las casas con entramado de madera de los siglos XVI y XVII que la rodean y que engalanan el casco viejo. Siguiendo la peatonal rue Keréon hasta las antiguas murallas se contemplan los edificios más notables, pertenecientes a comerciantes y nobles.
Camino de los muelles del río Odet, donde Quimper guarda su cara más animada y bohemia, será un buen momento para disfrutar de la comida nacional bretona: la crêpe. Más que los quesos o las ostras, esta masa fina elaborada con harina de trigo negro define la dieta no solo de Bretaña sino de toda la Francia septentrional. En la Alta Bretaña, las crêpes que no se rellenan con dulce reciben el nombre de galettes.
La autopista vuelve a ser el medio más rápido en este caso para llegar a Brest. Abierta al océano por un paso estrecho flanqueado por acantilados, fue un destacado puerto marítimo entre los siglos XVII y XX. Su estratégica situación es el origen de dos de sus mayores recintos, el Castillo y el Arsenal, ambos frente al puerto. La Brest artística late en los alrededores de la plaza de la Liberté y en el Museo de Bellas Artes, cuya colección simbolista incluye cuadros famosos de Odilon Redon y Edouard Buillart (siglo XIX).
Desde el puerto de Brest se avista la costa de la península de Crozon, dentro del Parque Natural Regional de Armorique. Esta reserva de más de 125.000 hectáreas ocupa buena parte de la provincia de Finisterre. El carácter indómito de la región se confirma al alcanzar los acantilados de Crozon. Aquí la definición de Bretaña como patria del mar y el viento vuelve a hacerse palpable. El viento condiciona la vida de sus habitantes y modela el paisaje. Un viento que generalmente sopla del oeste, del océano, y llega cargado de humedades. Lo único que levanta más de un metro del suelo son algunas casas de pescadores cuyas humildes paredes de mampostería de granito han sido reconvertidas en segundas residencias.
Una zona tan accidentada como el Finisterre tiene que ser por fuerza peligrosa para la navegación. Por eso está salpicada de faros. Los faros más bravíos y bellos de Francia. Lucernas altivas como la de Saint-Mathieu, el faro de Petit Minou o el de La Jument. Aunque sin duda el más estremecedor es el de la punta de Raz, el auténtico Finisterre bretón. Su lámpara se erige sobre el islote de Sein, envuelto siempre en la espuma de las olas. Caminar por el sendero que bordea el cabo equivale a adentrarse en uno de los paisajes más misteriosos de Europa.
PARA SABER MÁS
Documentación: DNI.
Idioma: francés y bretón.
Moneda: euro.
Recomendaciones: llevar calzado y ropa impermeable para los paseos cerca de acantilados.
Cómo llegar: Los aeropuertos de Brest y Nantes tienen vuelos directos con Barcelona y Madrid. En tren, la región está comunicada con París por TGV. En coche, Nantes se halla a 563 km de San Sebastián, a 952 de Barcelona y a 1.013 de Madrid.
Cómo moverse: Para viajar por libre lo mejor es el coche o la autocaravana. Los autobuses y el tren alcanzan todos los pueblos. La bicicleta es un medio excelente para llegar hasta los cabos, recorrer el golfo de Morbihan o seguir algún tramo del canal de Nantes a Brest.
Alojamiento: La oferta es muy variada. Abundan los hoteles con encanto, pequeños y familiares. También del tipo bed&breakfast y los campings, algunos con cabañas en los árboles.
Actividades: Hay multitud de itinerarios senderistas y 1.000 km de vías verdes ciclistas. Las actividades náuticas cuentan con una gran oferta en la costa. Rennes acoge en noviembre el Festival Yaouank, de música bretona y del mundo.
Web de Turismo de Francia
Web de Turismo de Bretaña