A partir de simples construcciones de madera, los castillos fueron evolucionando hasta convertirse en edificios fortificados de gran complejidad. Hoy en día, al contemplar un castillo en buen estado admiramos la belleza y majestuosidad de un elemento ideado para protegerse. Estas obras defensivas de la Edad Media deben su evolución al desarrollo del armamento, que cada vez tenía más poder de destrucción y exigía mayor seguridad. Con el tiempo, la funcionalidad de los castillos abrazó la estética: de ser meras bases defensivas pasaron a albergar la corte y a transformar su interior en palacios. La ubicación también sufrió cambios, ya que los primeros castillos se encontraban en lugares elevados y aislados y poco a poco se construyeron en los núcleos urbanos amurallados más importantes. El carácter militar del principio va desapareciendo hasta prácticamente desaparecer. Es ya en la Edad Moderna cuando los reyes abandonan estas míticas construcciones para acomodarse en inmensos palacios.