El fin del antiguo régimen

La guillotina, el invento infernal de la Revolución

En 1789, el médico Joseph Ignace Guillotin propuso un nuevo artefacto para que los condenados a muerte fuesen ejecutados sin sufrimiento y sin discriminación de clase

El rey fue ejecutado en una guillotina instalada en la plaza de la Concordia de París, en enero de 1793. Siglo XVIII. Museo Carnavalet, París.

El rey fue ejecutado en una guillotina instalada en la plaza de la Concordia de París, en enero de 1793. Siglo XVIII. Museo Carnavalet, París.

El rey Luis XVI fue ejecutado en una guillotina instalada en la plaza de la Concordia de París, en enero de 1793. 

Foto: BULLOZ /RMN-GRAND PALAIS

Durante el Antiguo Régimen, las autoridades trataban de conseguir la obediencia a la ley y al rey absoluto a cualquier precio, y para ello recurrían a una justicia ejemplarizante, pensada para atemorizar y escarmentar en carne ajena a la población. Un elemento fundamental de este sistema era la pena de muerte, que se aplicaba de forma habitual y además iba precedida de horribles suplicios para el reo, con el pretexto de arrancarle una confesión.


Se trataba de un castigo profundamente desigual. Por un lado, los aristócratas estaban exentos de la tortura o el maltrato físico o psíquico, y cuando eran condenados a muerte sufrían decapitación, un método rápido y aparentemente indoloro (si lo realizaba una mano experta). En cambio, los hombres y las mujeres del pueblo eran ejecutados mediante métodos brutales, como la horca, el descuartizamiento o la hoguera. Estas ejecuciones solían ir precedidas por las torturas que el juez estimase necesarias y que se llevaban a cabo en público, desde la flagelación y el tormento de la rueda hasta la ruptura de todos los huesos largos del cuerpo o el atenaceamiento, arrancar trozos de carne de diversas partes del cuerpo con unas tenazas.

La pena de muerte a debate

Durante el siglo XVIII, con el triunfo de la Ilustración, muchos juristas y hombres de letras denunciaron el recurso a la tortura, las penas desproporcionadas y los privilegios de la aristocracia; algunos llegaron a pedir la abolición de la pena de muerte. Se puede destacar en este sentido el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire (1763) y De los delitos y las penas, de Cesare Beccaria (1764). Todos ellos inspiraron la obra de la Revolución francesa de 1789. Una de las primeras tareas que emprendió la Asamblea Nacional Constituyente fue la elaboración de un código penal acorde con los principios del derecho natural, y fue en ese contexto en el que se planteó el debate sobre la pena de muerte.

Los hombres y las mujeres del pueblo eran ejecutados con métodos brutales, como la horca, el descuartizamiento o la hoguera.

Este grabado inglés de 1819 representa a un "reformador radical" dispuesto a degollar a todos los políticos de Westminster.

Este grabado inglés de 1819 representa a un "reformador radical" dispuesto a degollar a todos los políticos de Westminster.

Este grabado inglés de 1819 representa a un "reformador radical" dispuesto a degollar a todos los políticos de Westminster.

Foto: BRIDGEMAN / INDEX

El 10 octubre de 1789, un médico de 50 años llamado Joseph Ignace Guillotin presentó una propuesta para establecer la igualdad ante la ley también en los asuntos de derecho penal: "Los delitos del mismo género se castigarán con el mismo género de pena, sean cuales sean el rango o condición del culpable", afirmaba. Este principio, que ahora parece natural, era revolucionario en Francia y tardó años en ser aprobado en el resto de países.

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El mecanismo de Guillotin

Guillotin no ponía en cuestión la pena capital. Su propuesta consistía en igualar las penas y a la vez "humanizar" su aplicación. Para ello, propuso extender el método de la decapitación, hasta entonces privilegio de la aristocracia, a los reos de todas las clases sociales. Al mismo tiempo, a fin de evitar los inconvenientes y errores que a menudo cometían los verdugos en el uso del hacha o de la espada, proponía emplear un aparato "cuyo mecanismo cortaría la cabeza en un abrir y cerrar de ojos". 

l propuesta DE GUILLOTIN consistía en igualar las penas y a la vez "humanizar" su aplicación.

Desde al menos el siglo XVI se utilizaban artilugios parecidos en diversos países de Europa. La referencia de Guillotin a este "mecanismo" de decapitación dio enseguida mucho que hablar, pero es errónea la creencia común de que él fue el inventor de lo que conocemos como guillotina, si bien no parece que fueran muy habituales, y en todo caso, estaban reservados a los reos de clase alta. Guillotin pensaba seguramente en la posibilidad de perfeccionar uno de ellos, tarea que finalmente recaería en otro personaje. 

Retrato anónimo de Joseph-Ignace Guillotin expuesto en el Musée Carnavalet de París. 

Retrato anónimo de Joseph-Ignace Guillotin expuesto en el Musée Carnavalet de París. 

Retrato anónimo de Joseph-Ignace Guillotin expuesto en el Musée Carnavalet de París. 

Foto: PD

En el marco de los debates sobre el nuevo código penal, el 30 mayo de 1791 el diputado Louis-Michel Lepeletier de Saint-Fargeau dio un paso más allá y propuso sin más la abolición de la pena de muerte. Su amigo Robespierre fue de los pocos (se podrían contar con los dedos de una mano) que apoyaron esta medida humanitaria. Pero el esfuerzo de ambos fue inútil: el 1 de junio de 1791, la inmensa mayoría de los diputados votó a favor de la pena capital. Lepeletier de Saint-Fargeau no se desanimó y dos días más tarde propuso la adopción del principio de igualdad también ante la pena capital: "A todo condenado a muerte se le cortará la cabeza".

El 1 de junio de 1791, la inmensa mayoría de los diputados votó a favor de la pena capital.

La redacción final del código, aprobado el 25 de septiembre de 1791, dice en sus artículos 2º y 3º: "2º. La pena de muerte consistirá en la simple privación de la vida, sin que nunca se pueda ejercer ninguna tortura hacia los condenados. 3º. A todo condenado se le cortará el cuello". De este modo, la igualdad ante la ley se extendía también a la cuestión penal.

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Eficacia mortífera

En marzo de 1792, la Asamblea Legislativa, en cumplimiento del nuevo código penal, encargó al médico cirujano Antoine Louis, secretario perpetuo de la Academia de Cirugía, la elaboración definitiva del nuevo aparato para realizar las ejecuciones. Louis y su colaborador Tobias Schmidt, un fabricante de arpas alemán, crearon un artilugio que se inspiraba en los aparatos similares que habían funcionado en otros países europeos, pero mejorando su diseño y su funcionalidad con el objetivo de aminorar al máximo el dolor.

La aportación principal de Louis fue el modelo de hoja con filo oblicuo, "para que corte limpiamente y alcance su objetivo", según afirmó él mismo. Sin embargo, tanto Louis como Guillotin terminaron lamentando que su nombre quedara asociado a la nueva invención, que pronto fue conocida como louison o louisette y, más comúnmente, guillotina.

Cuadro de autor desconocido que muestra la ejecucion de la reina María Antonieta.

Cuadro de autor desconocido que muestra la ejecucion de la reina María Antonieta.

Cuadro de autor desconocido que muestra la ejecucion de la reina María Antonieta.

Foto: PD

El prototipo estuvo construido en dos semanas, y enseguida se probó en cadáveres de animales y de personas. Finalmente, la guillotina se instaló en la plaza de Grève, frente al Ayuntamiento de París, y fue allí donde el 25 de abril de 1792 Nicolas-Jacques Pelletier, condenado por robo a mano armada, se convirtió en el primer ejecutado mediante el nuevo procedimiento. El artilugio parecía destinado a suplir a los verdugos en estos casos de delincuencia o criminalidad común.

Pero apenas unos meses después, el 21 de agosto de 1792, fueron llevados ante la guillotina dos reos políticos: dos servidores de Luis XVI, que había sido depuesto del trono tras la insurrección del 10 de agosto, a los que se acusaba de actividad "contrarrevolucionaria". Desde ese momento, bajo un régimen de gobierno revolucionario que duraría hasta la caída de Robespierre casi dos años más tarde, la guillotina se convirtió en el instrumento –y el símbolo– de la política de Terror que la Revolución desencadenó contra sus enemigos interiores –los aristócratas y otros partidarios del Antiguo Régimen– y como reacción frente a la amenaza de las potencias absolutistas vecinas.

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Las cifras del Terror

Durante este período, el total de condenas de muerte y de ejecutados con la guillotina en toda Francia fue de 16.594 personas. De estas, 2.622 fueron ejecutadas en París, principalmente en la guillotina que se colocó en la actual plaza de la Concordia; allí serían ejecutados tanto Luis XVI y María Antonieta como el mismo Robespierre, tras el golpe de Termidor. Tal fue el balance del llamado "Terror legal", en el que hay que ver un intento de controlar y centralizar la violencia política más generalizada que también se ejerció en esos años y que se calcula que ascendió a entre 35.000 y 40.000 víctimas, incluyendo las violencias populares, las ejecuciones sumarias o las muertes en las cárceles.

En la guillotina de la plaza de la Concordia serían ejecutados Luis XVI, María Antonieta el mismo Robespierre.

Terminado el Terror, la guillotina no cayó en desuso. Siguió empleándose bajo el directorio, Napoleón y todos los regímenes posteriores durante casi dos siglos. La última ejecución mediante este método se produjo en 1977, antes de la abolición de la pena de muerte cuatro años más tarde.

Eugène Weidmann

Mientras Europa era testigo del desarrollo de sangrientos conflictos, como la guerra civil española, y del ascenso cada vez más poderoso del nazismo, en Francia, una ola de asesinatos mantenía en vilo a la población. Entre julio y noviembre de 1937, París asistió anonadada a varios crímenes terribles: una bailarina estadounidense, una enfermera atraída por un falso anuncio de trabajo como institutriz, un chofer, un agente de publicidad y, finalmente, un agente inmobiliario. Todo estos crímenes pusieron en alerta a la policía gala.

Entre julio y noviembre de 1937, París asistió anonadada a varios crímenes terribles.

Ficha antropométrica policial de Euge`ne Weidmann.

Ficha antropométrica policial de Euge`ne Weidmann.

Ficha antropométrica policial de Euge`ne Weidmann.

Foto: PD

Asesinadas de un tiro en la nunca o estranguladas, las víctimas no tenían relación alguna entre sí. Pero ¿quién era el misterioso asesino que había acabado con sus vidas? Al final, la tensa situación acabaría en 1938, cuando un hombre de origen alemán llamado Eugène Weidmann fue capturado y llevado ante la justicia. Y fue condenado a ser ejecutado públicamente en la guillotina, que continuaba siendo el método de ajusticiamiento oficial del Estado en Francia. Y también se seguía llevando a cabo en público.

Eugène Weidmann fue condenado a ser ejecutado públicamente en la guillotina.

El 17 de junio de 1939, Weidmann se convertiría en la última persona en ser ajusticiada públicamente mediante este horrendo método. El lugar escogido por las autoridades para llevar a cabo la ejecución fue la prisión de Saint-Pierre, en Versalles, donde el acontecimiento causó una tremenda agitación y un gran revuelo entre los asistentes. Eran las 4:30 h. de la madrugada cuando el verdugo Jules-Henri finalmente soltó la cuchilla. Cuando cayó la cabeza de Weidmann, el entusiasmo de la multitud llegó al paroxismo, e incluso se llegaron a descorchar botellas de champán. 

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Pero a continuación sucedió algo que no se veía desde los antiguos tiempos de la Revolución francesa. Con el cadáver de Weidmann aún yaciendo en el suelo, se dice que un gran número de mujeres llegaron a burlar el cerco policial y se acercaron para empapar sus pañuelos en la sangre derramada de aquel hombre, como si de un recuerdo póstumo se tratara (lo mismo que ocurrió cuando Luis XVI y su esposa María Antonieta fueron ejecutados en el siglo XVIII).

Un gran número de mujeres se acercaron para empapar sus pañuelos en la sangre derramada de weidmann.

Las autoridades tampoco pudieron evitar que, debido al retraso en el inicio de la ejecución, los fotógrafos tomasen instantáneas del momento, e incluso se filmaran algunas imágenes desde un apartamento cercano a la prisión. El descontrol imperante en el lugar de la ejecución fue tal que el Paris-Soir llegó a tachar a la multitud de "repugnante" y de "rebelde". Según el mismo periódico, las autoridades, que habían pensado que aquella ejecución pública podría servir "como elemento disuasorio y tener efectos saludables en las multitudes”, se dieron cuenta de que, lejos de ello, "fomentó los instintos más bajos de la naturaleza humana y avivó el alboroto general y el mal comportamiento". De hecho, el "comportamiento histérico" de los espectadores resultó tan escandaloso que finalmente el presidente francés, Albert Lebrun, prohibió en el futuro cualquier tipo de ejecución pública.

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La última víctima de la guillotina en Francia

Pero si Eugène Weidmann fue el último reo en ser ejecutado públicamente mediante la guillotina, ¿quién fue realmente el último guillotinado? Ese hombre fue Hamida Djandoubi, un delincuente tunecino de poca monta (o al menos eso decían quienes le conocían). En 1971, tras sufrir terrible un accidente laboral en el que sufrió la práctica amputación de la pierna derecha causada por las hojas de un tractor, Djandoubi fue ingresado en el hospital en el que, sin que él pudiera imaginarlo, empezaría su viaje a los infiernos. Durante su estancia en el sanatorio, Djandoubi conoció a Elisabeth Bousquet, una joven de 21 años que había acudido al centro a visitar a su padre, que estaba allí ingresado tras haber sufrido un accidente de tráfico. Ambos hombres compartían habitación y nada más verse, ambos jóvenes se sintieron atraídos el uno por el otro. 

Djandoubi fue ingresado en el hospital en el que, sin que él pudiera imaginarlo, empezaría su viaje a los infiernos.

Pero la suya muy pronto se vio que distaba mucho de ser una relación normal. Una vez, Elisabeth acusó a Djandoubi de forzarla a prostituirse, pero, tras ser detenido, el tunecino fue liberado poco después por falta de pruebas. Enfurecido por lo ocurrido, Djandoubi regresó a su casa, donde retuvo a Elisabeth, a la que torturó durante varios días en presencia de dos jovencísimas austríacas a las que también había obligado a ejercer la prostitución. Elisabeth logró sobrevivir a pesar de la tortura, pero el vengativo Djandoubi decidió acabar con su vida. El 3 de julio de 1977 llevó a Elisabeth hasta un descampado situado a las afueras de Marsella donde la estranguló. El cuerpo sin vida de la joven fue encontrado cuatro días más tarde, cuando un niño que jugaba por allí se topó con el cadáver, oculto en un cobertizo.

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Un mes más tarde, Djandoubi fue detenido como principal sospechoso. Antes de ello, el asesino había intentado, sin embargo, secuestrar a otra joven, aunque esta vez la chica tuvo más suerte y logró escapar con vida. El tunecino fue detenido cuando acudió a una oficina de los servicios sociales franceses para solicitar una ayuda. Una vez entre rejas, Hamida Djandoubi colaboró con la policía y participó en la reconstrucción de los hechos facilitando toda la información necesaria para el caso a los gendarmes que estaban a cargo de la investigación. El acusado no ahorro detalles sobre el suceso. De hecho, aportó datos escalofriantes sobre el modo en que torturó a la desdichada Elisabeth, cómo arrastró su cuerpo a través de un paraje a las afueras de Marsella y también cómo la estranguló y le dio una patada en el rostro para comprobar que realmente estaba muerta.

Hamida Djandoubi colaboró con la policía y participó en la reconstrucción de los hechos facilitando toda la información.

El jurado no tuvo dudas sobre su culpabilidad. Hamida Djandoubi fue condenado a morir en la guillotina justo en un momento en el que en Francia se había desatado un encendido debate sobre la abolición de la pena capital. Djandoubi apeló, pero su suerte ya estaba echada. El presidente francés en aquel momento, Valéry Giscard d’Estaing, rechazó firmar su indulto. La madrugada del 10 de septiembre de 1977, el convicto fue informado de que no había nada más que pudiera hacer y que en unas horas sería ejecutado en el patio de la prisión Baumettes de Marsella. Como así ocurrió. Finalmente, la pena de muerte sería abolida en Francia en 1981.

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