Vida cotidiana

La moda del duelo en el siglo XVII

En países como Francia, los caballeros se batían en duelo ante la menor ofensa a su honor, pese a que las leyes lo prohibían

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El 12 de mayo de 1627, a las dos de la tarde, el conde de Bou-teville y el marqués de Beuvron se encontraron en una céntrica plaza de París para batirse en duelo. A sus 27 años, Bouteville era un espadachín consumado que ya había librado una veintena de combates de ese tipo y había dado muerte al menos a dos contrincantes. Una de sus víctimas era pariente de Beuvron, y para vengarla éste había pasado los meses anteriores buscando un encuentro con el conde. Convenida la cita, los dos se presentaron acompañados cada uno por una pareja de testigos. Se batieron en camisa, primero con espada y daga, luego sólo con esta última. Cuando estaban agarrados y tenían la daga cada uno en la garganta del otro, decidieron darse por satisfechos. Entre tanto,sus compañeros se habían enzarzado en un combate que dejó a uno sin vida y a otro malherido.

Todos los contemporáneos coinciden en que Francia vivió una auténtica fiebre por los duelos

Dos duelistas frente a frente.

Foto: BRIDGEMAN / INDEX

En las primeras décadas del siglo XVII este tipo de episodios fueron habituales en París y en muchas otras ciudades francesas. También en el resto de Europa eran frecuentes, pero todos los contemporáneos coinciden en que Francia vivió una auténtica fiebre por los duelos. Esto se explica por la libertad que tuvieron los nobles franceses durante las guerras de religión (1562-1598) y también bajo el gobierno de dos reinas regentes, en 1610-1617 y 1643-1661, la época, precisamente, en que están ambientadas novelas como Los tres mosqueteros de Dumas.

¿Duelo o asesinato?

Existían muchos tipos de duelo. A veces podían ser resultado de un encuentro accidental (lo que en francés se denominaba rencontre) y tenían lugar sin mayor preparación. Por ejemplo, en 1613 el caballero de Guisa se tropezó una mañana en la calle de Saint-Honoré de París con el barón de Luz, que al parecer había hablado mal de su padre tiempo atrás. Guisa bajó del caballo, sacó la espada e invitó al barón a hacer lo propio. Éste era ya un hombre de edad madura, por lo que apenas pudo hacer frente al joven e impetuoso Guisa, que lo atravesó de una sola estocada. El barón cayó muerto en la tienda de un zapatero. En este caso, más que de un duelo se trató de un asesinato a sangre fría.

Por lo general, sin embargo, los duelos se ajustaban a una serie de ritos. Uno era el desafío. En un caso de ofensa a la honra, el ofendido podía retar al ofensor a un duelo, de palabra o, de forma más brutal, dándole una bofetada. También podía dirigirle un desafío por escrito, mediante «carteles» o cartas. Por ejemplo, el hijo del barón de Luz, después de enterrar a su padre, ordenó a su escudero que fuera a casa del caballero de Guisa a presentarle un cartel de desafío que decía: «Señor, os invito por este billete a hacerme el honor de verme con la espada en la mano para hacer justicia de la muerte de mi padre. Este gentilhombre [el escudero] os conducirá al lugar en el que me encuentro, con un buen caballo y dos espadas, de las que podréis elegir la que más os convenga». El duelo tuvo lugar y el caballero, después de haber matado al padre, hizo lo propio con el hijo.

Decoración con escena de batalla en el techo de la galería de los espejos de Versalles.

Foto: BRIDGEMAN / INDEX

Como lugar de combate solía elegirse algún punto en las afueras de la ciudad, a resguardo de las autoridades; en París, el Pré-aux-Clercs era muy conocido como escenario de duelos. Pero éstos también podían tener lugar dentro de la ciudad y a plena luz del día. El cardenal de Richelieu se quejaba en la década de 1630 de que «los duelos se han vuelto tan comunes en Francia que las calles comienzan a servir de campo de batalla».

Se rechazaban las armas de fuego, que contradecían el ideal de valentía personal propio de los aristócratas

Era habitual que los duelistas combatieran «en camisa», dejando el torso expuesto a la espada del rival. Quedaba prohibido, por tanto, usar armaduras, como se hacía en los antiguos duelos caballerescos, aunque se conoce algún caso de duelistas que la intentaron llevar oculta y fueron sorprendidos por los testigos del contrincante. El duelo se desarrollaba generalmente a pie, aunque a veces también podía ser a caballo. En cuanto al armamento, se rechazaban las armas de fuego, que contradecían el ideal de valentía personal propio de los aristócratas. Sin embargo, se conocen muchos casos de duelos con pistola, seguramente porque se prestaba al combate cuerpo a cuerpo. En todo caso, el arma preferida era la espada, en cualquiera de sus múltiples variantes, aunque la más apreciada era la rapière o espada ropera, la más mortífera, pero que a cambio no causaba mutilaciones ni desfiguraba el rostro del rival. A veces se vigilaba que las espadas tuvieran la misma longitud, pero en la mayoría de ocasiones los contrincantes se lanzaban al combate sin más, para no parecer cobardes.

El furor de los secuaces

Otra novedad de los duelos del siglo XVII fue la figura de los testigos o padrinos. En francés se llamaban «segundos» y no se limitaban a acompañar a los duelistas y vigilar que se respetasen las reglas, sino que también se batían entre sí, como hemos visto en el ejemplo de Bouteville. Curiosamente, cuando un segundo vencía a su rival podía acudir en ayuda del duelista al que acompañaba, aunque entonces fueran dos contra uno. «La disparidad sólo se tiene en cuenta al principio del choque; para el resto, sólo cuenta la Fortuna», escribía Montaigne.

Ciertas reglas tendían a evitar los desenlaces fatales. Además de las posibilidades de reconciliación antes de cruzar las espadas, los duelistas podían darse por satisfechos en el momento en que uno hería ligeramente al otro; eran los duelos «a la primera sangre». A veces los combates eran farsas para salvar la reputación, y tras intercambiar un par de estocadas los dos contrincantes se daban por satisfechos. Sin embargo, muchos duelos terminaban con la muerte de uno de los participantes. Es difícil establecer la «tasa de mortalidad», pero puede sacarse una estimación a partir de la información que ofrece un cronista francés de mediados del siglo, Tallemant de Réaux; del centenar de desafíos y duelos que menciona, algo más de un tercio no tuvieron lugar porque se llegó antes a un acuerdo, un tercio no fueron mortales y el resto tuvieron un desenlace fatal.

Duelo en el Pont Neuf de París.

Foto: BRIDGEMAN / INDEX

Alarma social

En cuanto a las cifras totales, un historiador ha calculado que durante el reinado de Enrique IV (1589-1610) tuvieron lugar en Francia unos 10.000 duelos en los que participaron unos 20.000 duelistas, de los que 4.000 o 5.000 perdieron la vida. Hubo casos de duelistas que se comportaban como criminales; un tal caballero D’Andrieu, por ejemplo, con sólo 30 años había matado a 72 hombres en duelo, hasta que fue ejecutado por la justicia real.

A veces se ha exagerado el impacto demográfico de los duelos, lo cierto es que las autoridades tenían motivos para preocuparse por la proliferación de los desafíos

Aunque a veces se ha exagerado el impacto demográfico de los duelos, lo cierto es que las autoridades tenían motivos para preocuparse por la proliferación de los desafíos. Por ello, la legislación contra los duelos se hizo cada vez más rigurosa, pese a la simpatía que buena parte de la población sentía por los duelistas. Bouteville, por ejemplo, fue detenido justo después de su duelo con Beuvron y el cardenal de Richelieu lo hizo juzgar y condenar a muerte. Más tarde, Luis XIV promulgó numerosos edictos de prohibición de los duelos. El número de duelos se redujo poco a poco, aunque sin desaparecer nunca del todo. El último duelo mortal en Francia tuvo lugar en 1892, entre un capitán judío y un marqués antisemita; murió el primero pero se convirtió en héroe de la opinión liberal.

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