Grandes descubrimientos

El pecio Bou Ferrer: un naufragio en la época de Nerón

En 1999, dos buceadores deportivos hallaron los restos de un navío mercante romano, cargado con miles de ánforas, que se hundió en las costas de la localidad alicantina de Villajoyosa en algún momento del siglo I d.C.

Un arqueólogo desciende a la zona acotada para la excavación (rodeada por una protección metálica) en el pecio romano Bou Ferrer.

Un arqueólogo desciende a la zona acotada para la excavación (rodeada por una protección metálica) en el pecio romano Bou Ferrer.

Un arqueólogo desciende a la zona acotada para la excavación (rodeada por una protección metálica) en el pecio romano Bou Ferrer.

J. A. Moya / Equipo Bou Ferrer

En la década de 1990, José Bou y Antoine Ferrer, dos buceadores deportivos del Club Náutico de la localidad alicantina de Villajoyosa (La Vila Joiosa), se dedicaban a su afición de buscar barcos pesqueros hundidos en la zona. Una vez localizados, hacían fotografías de los restos de las barcas y de la fauna marina que se asentaba sobre ellas para luego mostrarlas a los pescadores que tenían curiosidad por saber qué había sido de sus embarcaciones naufragadas.

A finales de 1999, un día en que regresaban de una inmersión que no había dado los resultados esperados, Bou y Ferrer decidieron que podría ser un buen momento para intentar localizar La Barqueta, una embarcación pesquera de madera en desuso que hacía poco había sido hundida intencionadamente en un punto muy cercano del puerto, aunque allí el suelo marino no tenía demasiado atractivo para los buceadores.

Vasijas en aguas turbias

Bou y Ferrer disponían de las coordenadas del hundimiento de La Barqueta, por lo que navegaron hasta el lugar para localizarla mediante una sonda acústica. Una vez fondeados, y cuando se estaban equipando para bajar, un inesperado viento de poniente les arrastró a unos veinte metros de su posición inicial. Los buceadores intentaron levar el ancla, pero al tirar de ella se dieron cuenta de que estaba enganchada y decidieron hacer una inmersión para liberarla.

Cuando Bou y Ferrer se estaban equipando para bajar, un inesperado viento de poniente les arrastró a unos veinte metros de su posición inicial.

Un grupo de ánforas del Bou Ferrer yace desperdigadas bajo el mar, en las costas de la localidad alicantina de la Vilajoyosa.

Un grupo de ánforas del Bou Ferrer yace desperdigadas bajo el mar, en las costas de la localidad alicantina de la Vilajoyosa.

Un grupo de ánforas del Bou Ferrer yace desperdigadas bajo el mar, en las costas de la localidad alicantina de la Vilajoyosa.

Vilamuseu

Cuando hubieron descendido 25 metros, Bou y Ferrer descubrieron que el ancla estaba enganchada en una vasija. Y no una vasija cualquiera, sino que parecía tratarse de un ánfora romana. Los dos amigos realizaron ese día otras tres inmersiones para cerciorarse de su hallazgo y pudieron ver algunas ánforas más. Pero las aguas turbias les impedían la visión más allá de un metro de distancia, por lo que no se dieron cuenta de que en realidad había cientos de recipientes diseminados sobre la estructura de un antiguo navío sorprendentemente bien preservado.

Más tarde, cuando las condiciones de visibilidad mejoraron, los dos buceadores volvieron a la zona armados con una cámara y pudieron tomar fotografías del fondo marino y de los espectaculares restos arqueológicos que se conservaban allí.

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Huellas de saqueo

En abril del año 2000, Bou y Ferrer comunicaron su descubrimiento al Museo Municipal de Villajoyosa y entregaron las fotografías que habían realizado. El museo informó al Centro de Arqueología Subacuática de la Comunidad Valenciana, que tomó cartas en el asunto y en enero de 2001 encargó a los arqueólogos Carlos de Juan y Gustavo Vivar que acudiesen al enclave con los descubridores. 

Tras varios intentos fallidos localizaron el yacimiento, pero cuando Bou y Ferrer se sumergieron vieron enseguida que no se hallaba en el mismo estado. Sin duda, se había difundido la voz del hallazgo y en los meses anteriores otros buceadores habían sustraído un gran número de ánforas. Los arqueólogos, alarmados, cobraron conciencia de que si no se ponía freno al expolio el yacimiento desaparecería en poco tiempo.

Los arqueólogos, alarmados, cobraron conciencia de que si no se ponía freno al expolio el yacimiento desaparecería en poco tiempo.

Esta imagen, realizada por la Universidad de Alicante, está formada por más de cien fotografías y muestra la disposición de las ánforas en el Bou Ferrer, en un rectángulo de unos 6 metros de ancho por 12 de largo.

Esta imagen, realizada por la Universidad de Alicante, está formada por más de cien fotografías y muestra la disposición de las ánforas en el Bou Ferrer, en un rectángulo de unos 6 metros de ancho por 12 de largo.

Esta imagen, realizada por la Universidad de Alicante, está formada por más de cien fotografías y muestra la disposición de las ánforas en el Bou Ferrer, en un rectángulo de unos 6 metros de ancho por 12 de largo.

J. A. Moya y J. Muñoz / Patrimonio Virtual

Fue así como en mayo de 2001 se puso en marcha un proyecto de protección que preveía la colocación de una estructura sobre el cargamento de ánforas. En 2006, un equipo dirigido por Carlos de Juan y Franca Cibecchini –con financiación de la Dirección General de Cultura de la Generalitat Valenciana, la Universidad de Alicante, el Vila Museu y el Club Náutico de Villajoyosa– emprendió las excavaciones en el pecio, que recibió el nombre de sus descubridores: Bou Ferrer.

Los arqueólogos constataron que se trataba de una nave romana de unos treinta metros de eslora, lo que la convertía en el mayor barco romano en excavación de todo el Mediterráneo. El navío llevaba un enorme cargamento de ánforas, de las que hasta la fecha se han localizado unas tres mil. Cada una contenía 40 kilos de salsa de pescado elaborada con boquerón, caballa y jurel.

Travesía peligrosa

Las ánforas fueron colocadas en la bodega del navío entre sarmientos de vid para su protección durante el transporte. A ambos lados de la sobrequilla se localizaron doce lingotes de plomo de sierra Morena, de 64 kilos cada uno, con la contramarca "Emperador Germánico Augusto", por lo que los arqueólogos han podido datar el pecio en el siglo I d.C. También la madera del barco se hallaba en un excelente estado de conservación, lo que ha permitido estudiar su técnica constructiva.

A ambos lados de la sobrequilla se localizaron doce lingotes de plomo de sierra Morena, de 64 kilos cada uno.

Los lingotes de plomo llevan impresa la leyenda IMP GER AUG, por lo que solo pueden referirse a un emperador con triunfos en Germania, aunque los investigadores se inclinan por Nerón. También llevan la leyenda CCV, que indica el peso del lingote, unos 64 kilos cada uno.

Los lingotes de plomo llevan impresa la leyenda IMP GER AUG, por lo que solo pueden referirse a un emperador con triunfos en Germania, aunque los investigadores se inclinan por Nerón. También llevan la leyenda CCV, que indica el peso del lingote, unos 64 kilos cada uno.

Los lingotes de plomo llevan impresa la leyenda IMP GER AUG, por lo que solo pueden referirse a un emperador con triunfos en Germania, aunque los investigadores se inclinan por Nerón. También llevan la leyenda CCV, que indica el peso del lingote, unos 64 kilos cada uno.

J. A. Moya / Equipo Bou Ferrer

En un estudio publicado en 2014 se llegó a la conclusión de que el navío se construyó en algún astillero de la zona de Neápolis (la actual Nápoles).
Es posible incluso reconstruir de modo bastante fiable la historia del naufragio del Bou Ferrer. El navío zarpó a mediados del siglo I de algún puerto cerca de Cádiz, con destino posiblemente a Roma o a Narbona, con su valioso cargamento de ánforas y lingotes.

Tal vez en su tránsito hacia las Baleares tuvo problemas y, en un intento por salvarse, la tripulación hizo una maniobra de aproximación a la costa a favor del viento. Pero la tentativa resultó fallida y el pesado barco mercante romano naufragó a escasos mil metros de la costa, donde ha yacido imperturbado durante casi dos milenios.